Una muy querida amiga que edita esta revista me ha pedido que por favor escriba unas líneas sobre un "aspecto de tu vida del que sé muy bien que te cuesta mucho hablar, pero también sé que puedes ayudar contándolo a toda esa gente que lo sufre en silencio: el tema de la comida."
Lo primero que me vino a la cabeza es: pero si ése no es un aspecto de mi vida, es mi vida.... y aquí me tienen dejando atrás las tribulaciones y tratando de quitarle lo blanco al papel.
Mi historia no es muy distinta de la de cualquier otro obeso.
Lo primero que me vino a la cabeza es: pero si ése no es un aspecto de mi vida, es mi vida.... y aquí me tienen dejando atrás las tribulaciones y tratando de quitarle lo blanco al papel.
Mi historia no es muy distinta de la de cualquier otro obeso.
Desde que tengo memoria he estado a dieta. Sí, las conozco todas, mi cuerpo sabe de la Atkins, de la de la luna, de la hipocalóricas, de los licuados, de las monoalimentarias, de la zona, etcétera, y de cuanta “milagrosa pastilla” o inyección, o cuanto masaje y tratamiento se hayan inventado, con la mejor o más sana intención o con el fin de lucrar con el dolor, Puedo decirles de memoria cuántas calorías tienen los alimentos y cuáles son los mejores trucos para bajar de peso.
Dolor, sí, dolor es la palabra que mejor define a la obesidad, a esa enfermedad que hoy asumo como incurable, que lo corrompe todo y que lacera el alma.
No sé bien qué fue primero, si la depresión o la compulsión por comer… tampoco importa porque forman una espiral de la cual es tremendamente complicado salir y mucho, mucho más difícil no volver a entrar en ella. Llegué a pesar 130 kilos (hoy peso 85) y sigo siendo obesa y no lo digo sólo por las tablas y el IMC que lo delatan a todas luces, sino por el alma.
Dolor de no entrar en tu ropa, de no tener qué ponerte ni qué comprarte porque nada te queda, de llegar a un restaurante o a una fiesta agotada por el esfuerzo de caminar unas cuantas cuadras con todos mis kilos a cuestas y subir unas escaleras para descubrir que simplemente no entro en la silla, dolor de escuchar callada los consejos de todo aquel que cree que bajar de peso es sólo cuestión de voluntad, que basta con proponérselo – y sí, seguramente lo es para quien tiene 2 o 3 kilos de más, pero no para un adicto a la comida-, dolor de tener que desnudarte frente a tu pareja con la vergüenza llenando el espacio que debería estar inundado de amor y de deseo, pensando que nadie en este mundo puede sentir deseo por una ballena; dolor de saberte encerrada en un cuerpo roto.
Salir a la calle vestida con una tienda de campaña encima, pretendiendo disimular las curvas que ni los mejores diseñadores han sabido ocultar; odiar las albercas, el verano y las playas porque están peleadas con los excesos, y precisamente eso es ser un obeso.
Jurar cada mañana que hoy es un nuevo día y que esta vez voy a poder resistirlo, que voy a comer como el resto del mundo, temer a la noche por saber que en la oscuridad y en la soledad de mi casa, arrasaré con todo lo que encuentre a mi paso sin saber cómo parar; y después del atracón caer en la más profunda de las depresiones para ahogar las lágrimas en sollozos bajo la almohada, jurar en vano una vez más que mañana podré controlarlo. Ése es el lugar que ocupa la comida en mi vida.
Ahora pienso que la obesidad es mucho más que una enfermedad crónica porque es también una discapacidad, a la primera hay que tratar de controlarla y con la segunda hay que aprender a vivir para siempre.
Eso es lo que trato de hacer todos los días, he bajado mucho, con dieta, con un grupo de apoyo – no creo que se pueda solo-, con ejercicio, con mucho esfuerzo, pero no canto victoria, ésta no es la primera ver que bajo tanto, y en cuanto me confío un poquito las células de mi cuerpo, buscan expandirse de nuevo.
Ya no tengo tanta prisa por estar en mi peso, sólo espero seguir bajando: asumo que tendré que cuidarme toda la vida y que los milagros arrasa kilos son tan reales como el Pato Donald. Trato a cada instantemente de perdonarme por ser así, por lo que he hecho de mí, reconciliarme con mi cuerpo y con la báscula – mi peor enemigo -. Todavía me cuesta mucho trabajo mirarme a un espejo, los evité por años, pero debo reconocer que estos últimos días hasta una sonrisa de satisfacción han logrado sacarme.
Mariana, 36 años
Pg. 65 (Revista A Tu Salud, Número 19)